La monotonía de manejar por la carretera Panamericana Norte termina de pronto en una curva del kilómetro 1 164, cuando llegamos al inmenso arco de 8 metros de altura que nos da la bienvenida a Máncora. Las olas se escuchan a lo lejos y, de repente, aparecen varios barcitos, a ambos lados de la carretera, donde decenas de jóvenes, con tragos en mano, disfrutan escuchando música reggae en un ambiente de juerga. Son las 21:00 y la aventura ha comenzado. El tiempo se ha alterado y la noche resplandece ayudada por potentes reflectores y por el esplendor de la luna. Más allá, unos hippies en una feria artesanal de recuerdos son el otro atractivo de la noche para los turistas que por estas fechas invaden este balneario, el primer destino turístico playero del Perú.
Hay que buscar el hilo de la madeja y ver cómo este plácido balneario que visité hace 25 años de pronto se convirtió en el ‘point’, al que llegan miles de turistas del sur del Ecuador, sobre todo en los feriados del Carnaval, de otros países de la región y de Europa, que se mezclan con lugareños y turistas nacionales. Así llegamos al hotel Punta Ballenas, el más antiguo, propiedad del legendario aventurero Harry Schuler, hijo del suizo creador del pollo a la brasa, quien fue desterrado de su hogar en Lima a los 13 años y terminó anclando en este edén. Desde la terraza se avista el paso de ballenas como en ningún otro lugar de la costa peruana. Solo un par de metros lo separan del tibio océano. Su dueño se jacta de que en algunas épocas del año las olas del mar tocan las rústicas paredes de piedra del hotel y el mar acaricia los pies al amanecer y al atardecer.
Schuler, presidente del Comité de Gestión de Máncora, envuelve con sus mil y una historias y proyectos para convertir este destino turístico, que ha crecido en desorden, en el principal del país. Hoy ocupa el cuarto lugar, después de Cuzco, Lima e Iquitos. Apostó por el primer hotel de Máncora porque, dice, se enamoró del atardecer y además aquí sale el sol todo el año. Su lema es “si no sale el sol, no pagas la habitación”. No se equivocó, hasta hoy nadie se ha ido sin pagar la cuenta, dice. A las 06:00, el sol muestra su esplendor y quienes no salieron a divertirse en la noche ya caminan por la orilla, mientras otros solo se instalan en la magia de las arenas blancas para disfrutar de los rayos solares y descansar frente al mar turquesa, o se dan un chapuzón. Los surfistas se dirigen hacia las playas cercanas de Ñuro o Los Órganos para practicar su deporte favorito, y los amantes del buceo y la caza van a Cabo Blanco, otra playa con gran biodiversidad marina y otrora centro de pesca del merlín que el escritor Ernest Heminway inmortalizara. Los que solo desean darse un chapuzón se quedan aquí, en la costa de 7 kilómetros que cuenta con 96 hoteles, siempre llenos en esta época. Los más jovencitos alquilan motos playeras a USD 5 por hora y otros se pasean, por el mismo precio, en caballos.
Desde hace no muchos años, Máncora y las playas cercanas se han transformado en uno de los mejores lugares para ir de vacaciones, descansar en familia o conocer gente de muchos lugares del mundo. Gran parte de los 8 750 habitantes de este pueblo vive del turismo.
Cebiche de mero, olas tubulares, sol y cerveza helada son las palabras que se repiten a diario entre los turistas de varios países, maravillados por la hospitalidad de su gente y calidez de la costa. “Playas perfectas con atardeceres mágicos” o “playas soleadas y con olas increíbles”, “Máncora, paraíso del turismo y del amor”, son otros comentarios que describen la clave de las playas piuranas y tumbesinas. Lo dicen las familias que llegan en busca de buenas vacaciones, como los mochileros que están de paso. Encanto mancoreño… Ese es el lema que recorre y corona secretamente al visitante: Y debe ser, pues en las noches de rumba todos se hablan sin conocerse y surgen los romances, como el de Siaboch Corramida, un saudí que se enamoró de una lugareña y estableció un negocio en la localidad.
Todo el mundo es amigo, en un crisol de razas, una extraña mezcla de hippies, surfistas, yanquis, europeos... náufragos todos, que se invitan tragos sin conocerse, que se pasan la voz de una fogata o convidan la misma mesa. “La gente viene a divertirse, es Máncora, la ciudad que no duerme,”, dice Fabiola Valcárcel, limeña que vino hace 8 años. Es dueña del popular Bar Rojo, que ofrece samba, reagge y más ritmos.
Tomado de el diario El Comercio de Ecuador 18/02/2007