Las duras palabras utilizadas por el gobierno peruano para denunciar un presunto caso de espionaje a favor de Chile han dado pie a un nuevo impasse entre los Ejecutivos de ambos países. Tal como lo han hecho hasta ahora, La Moneda y el Ministerio de Relaciones Exteriores deben evitar caer en una espiral verbal que eleve la tensión, actuando en cambio con cautela y firmeza en la defensa de los intereses nacionales.
Lo novedoso del caso no son las acusaciones de espionaje, cuyos antecedentes hizo llegar el miércoles en la noche la Cancillería peruana a la embajada chilena en Lima. Estas han existido entre Chile y Perú en numerosas ocasiones. Sin ir más lejos, en abril de este año un ciudadano de ese país fue sorprendido fotografiando instalaciones militares con acceso reservado al interior del Hospital Naval de Viña del Mar (más tarde se le descubrieron fotos similares de otras instalaciones y fue expulsado del país), y en agosto de este año se conoció que un ex agregado naval peruano en Santiago había tenido acceso a e-mails de oficiales de la Fach.
Lo que hace distinto a este caso de los mencionados y otros similares es la reacción del gobierno peruano, que optó por escalar, a través de declaraciones "altisonantes y ofensivas" -como las calificó la Presidenta de la República-, una situación que pudo haberse manejado de una manera muy diferente.
El hecho de que la detención del suboficial de la Fuerza Aérea Peruana acusado de espiar hubiera ocurrido casi dos semanas antes de que el caso se hiciera público, justo cuando los Presidentes de ambos países se encontraban en Singapur, alimentó en el gobierno chileno la idea inicial de que la denuncia obedecía a un plan ideado por el Mandatario peruano.
Sin embargo, en días recientes habría ganado fuerza la noción de que la forma que adoptó la reacción del país vecino podría deberse a que Alan García fue víctima de una maniobra por parte de elementos nacionalistas de su propia administración. Una vez concretada dicha maniobra, el Mandatario del país vecino no habría tenido otra salida política que seguir el curso de acción agresivo que terminó escogiendo.
De confirmarse esta versión, resulta preocupante, pues significaría que el Jefe de Estado de Perú no quiso o no pudo sustraerse a las presiones de grupos hostiles a Chile, dispuestos a subir la tensión bilateral y a impedir un acercamiento entre ambos países como el que, se cree, pretendía promover la ministra peruana de Producción en la visita que debía realizar a Santiago el jueves, pero que terminó frustrándose.
El problema es que esta situación resiente el liderazgo del Presidente García, al mismo tiempo que cuestiona su confiabilidad como socio.
En este escenario, al Ejecutivo chileno le cabe investigar seriamente y responder los antecedentes enviados desde Lima, y manejar la relación con serenidad, promoviendo las instancias de integración con el pueblo peruano en todos los ámbitos posibles, y minimizando las opciones de roce con su gobierno. Los vínculos con el Perú son complejos y multidimensionales, y es necesario avanzar en todos los lugares e instancias en los que haya espacio para hacerlo.
Al mismo tiempo, corresponde que el gobierno chileno desarrolle una ofensiva de diplomacia pública y política para neutralizar la campaña que ha venido desarrollando Perú en el último tiempo. Ello supone explicar a países amigos los argumentos que dan solidez a la posición chilena ante el reclamo marítimo que Perú presentó en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y exponer con transparencia la voluntad de Chile y los objetivos de las compras de armas que ha realizado.
El inusual tono que utilizó el Presidente peruano esta semana ofrece asimismo la oportunidad de marcar un contraste de calma y prudencia para presentar ante la comunidad internacional la vocación pacífica que anima a Chile, alejada de los discursos agresivos que hoy parecen hacerse frecuentes en varios líderes de América Latina.
http://latercera.cl
http://actualidaddelperu.blogspot.com
joseluishurtadov@gmail.com
Lo novedoso del caso no son las acusaciones de espionaje, cuyos antecedentes hizo llegar el miércoles en la noche la Cancillería peruana a la embajada chilena en Lima. Estas han existido entre Chile y Perú en numerosas ocasiones. Sin ir más lejos, en abril de este año un ciudadano de ese país fue sorprendido fotografiando instalaciones militares con acceso reservado al interior del Hospital Naval de Viña del Mar (más tarde se le descubrieron fotos similares de otras instalaciones y fue expulsado del país), y en agosto de este año se conoció que un ex agregado naval peruano en Santiago había tenido acceso a e-mails de oficiales de la Fach.
Lo que hace distinto a este caso de los mencionados y otros similares es la reacción del gobierno peruano, que optó por escalar, a través de declaraciones "altisonantes y ofensivas" -como las calificó la Presidenta de la República-, una situación que pudo haberse manejado de una manera muy diferente.
El hecho de que la detención del suboficial de la Fuerza Aérea Peruana acusado de espiar hubiera ocurrido casi dos semanas antes de que el caso se hiciera público, justo cuando los Presidentes de ambos países se encontraban en Singapur, alimentó en el gobierno chileno la idea inicial de que la denuncia obedecía a un plan ideado por el Mandatario peruano.
Sin embargo, en días recientes habría ganado fuerza la noción de que la forma que adoptó la reacción del país vecino podría deberse a que Alan García fue víctima de una maniobra por parte de elementos nacionalistas de su propia administración. Una vez concretada dicha maniobra, el Mandatario del país vecino no habría tenido otra salida política que seguir el curso de acción agresivo que terminó escogiendo.
De confirmarse esta versión, resulta preocupante, pues significaría que el Jefe de Estado de Perú no quiso o no pudo sustraerse a las presiones de grupos hostiles a Chile, dispuestos a subir la tensión bilateral y a impedir un acercamiento entre ambos países como el que, se cree, pretendía promover la ministra peruana de Producción en la visita que debía realizar a Santiago el jueves, pero que terminó frustrándose.
El problema es que esta situación resiente el liderazgo del Presidente García, al mismo tiempo que cuestiona su confiabilidad como socio.
En este escenario, al Ejecutivo chileno le cabe investigar seriamente y responder los antecedentes enviados desde Lima, y manejar la relación con serenidad, promoviendo las instancias de integración con el pueblo peruano en todos los ámbitos posibles, y minimizando las opciones de roce con su gobierno. Los vínculos con el Perú son complejos y multidimensionales, y es necesario avanzar en todos los lugares e instancias en los que haya espacio para hacerlo.
Al mismo tiempo, corresponde que el gobierno chileno desarrolle una ofensiva de diplomacia pública y política para neutralizar la campaña que ha venido desarrollando Perú en el último tiempo. Ello supone explicar a países amigos los argumentos que dan solidez a la posición chilena ante el reclamo marítimo que Perú presentó en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y exponer con transparencia la voluntad de Chile y los objetivos de las compras de armas que ha realizado.
El inusual tono que utilizó el Presidente peruano esta semana ofrece asimismo la oportunidad de marcar un contraste de calma y prudencia para presentar ante la comunidad internacional la vocación pacífica que anima a Chile, alejada de los discursos agresivos que hoy parecen hacerse frecuentes en varios líderes de América Latina.
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